31 de diciembre de 1923
Muere Joaquín V. González
Antes de abandonar el terruño nativo, quiero hablar de la flor del aire, el adorno y el orgullo de mis montañas, como quien busca enbriagar el alma en el momento de la partida, con un perfume favorito que mantuviese durante la ausencia vivos los recuerdos. Yo me alejaba sin término conocido, con inquietudes indefinidas y con tristezas vagas en el fondo de mi ser; por eso absorbía con ansias la naturaleza, sin darme cuenta del anhelo íntimo por condensar en esos últimos coloquios muchos de aquellos años futuros, inciertos, incoloros, que en vano trataba de sondear.
Si alguien lee este libro, salvando riscos, matorrales, cumbres y precipicios, oyendo sólo rumores gigantescos, cantos extraños, alaridos salvajes y estrépitos ensordecedores; si ha llegado a concebir, a través de sus informes páginas, la grandeza de la montaña, debe también saber que ella tiene escondida en medio de los peñascos y de las marañas, en sus laderas y en sus abismos - como fuente misericordiosa de la poesía tierna y sentimental, de esa poesía de las almas enamoradas de la belleza pura e ideal -, una flor diminuta y blanca, comparable solamente a lo más suave e incorpóreo que es posible imaginar dotado de formas materiales.
Mis montañas - Capítulo XXI - (fragmento), Joaquín V. González |